-Creo fervientemente
que habemos personas que no nacimos para estar vivas.
Mi gran día, por fin
había llegado, la marca en mi calendario era una prueba irrefutable de que por
fin, todo iba a terminar y por primera vez en muchos años, me sentí feliz,
verdaderamente feliz.
No necesité hacer más
arreglos porque había estado planeando ese día durante más tiempo del que podría
recordar y por primera vez, el hecho de vivir solo y no tener amigos cercanos,
era una gran ventaja.
Sin postergar más el momento, me puse la única
camisa que tenía en buen estado y hasta hice un intento por peinar mi cabello
eternamente desaliñado.
He pensado en la vida
como una gran puta, una maldita puta que te promete placer pero no hace más que
quitarte lo poco que tienes y dejarte en la ruina, completamente solo y
miserable; Si la vida era esa clase de mierda, por simple lógica, la muerte
debía ser todo lo contrario. La muerte era una dama hermosa, sensual y
elegante, a ella no le importaban ni tu edad, ni tu aspecto, ni lo que llevabas
en la cartera o entre las piernas, ella era la única justicia real que existía
en este jodido mundo.
Y a mis 23 años, por
fin iba a tener una cita con ella.
Creo que quise estar
muerto desde que fui capaz de pensar por mí mismo, a los quince, intenté
suicidarme tomando pastillas… Era joven y estúpido, no es ninguna sorpresa que
a día de hoy siga aquí, morir es más sencillo que estar vivo, pero eso no
significa que sea tan fácil como pensar en ello.
Eso lo había aprendido
por experiencia, pero ahora las cosas eran distintas, ahora sabía exactamente cómo
morir sin quedar vivo en el intento.
No puedo explicar por
qué morir era el principal de mis deseos, es tan simple como afirmar que nada
me hacía realmente feliz, no se trataba de una “depresión” era más bien
fastidio, estaba completamente cansado de mi vida y del mundo en general,
supongo que la ciencia ha encontrado una explicación “lógica” para esa clase de
sentimientos pero a estas alturas, la ciencia está dentro de la infinita lista
de cosas que me importan un carajo.
Salí a la calle y
encendí el último cigarrillo que quedaba en la caja, tiré la basura junto con
mi encendedor porque después de todo, no volvería a necesitarlo.
Di una fuerte calada y
me dispuse a dar el último paseo de mi vida.
Antes de acabarme el
cigarrillo y llegar de una vez por todas a mi destino, un ruido me sobresaltó,
un hombre joven en un auto había estado a punto de arrollar a una anciana.
La anciana cayó hacia
la acera y las bolsas de su mandado tiraron todo el contenido.
-¡Fíjate por dónde vas
anciana!-
Le gritó el conductor
completamente molesto y siguió su camino conduciendo tan rápido como le
permitía el motor.
Reconozco que actué
sin pensarlo, apagué el cigarrillo en la zuela de mi zapato y me apresuré a
ayudar a la anciana.
-¿Se encuentra bien?-
pregunté mientras la ayudaba a incorporarse. La mujer se acomodó los lentes y
me miró con seriedad, después dibujó una sonrisa colmada de arrugas con sus
resecos labios y asintió.
-Sí, sí, ya lo sabes,
esos jovencitos irresponsables que creen que nada les va a pasar por ir
conduciendo ebrios y a alta velocidad, te juro que esos son mis favoritos-
Sin prestar demasiada
atención, me incliné para recoger las el contenido de productos que se había
caído de las bolsas; Aceite de cocina, jabón, papel higiénico, algunas frutas y
alimento para gato.
Hice un ademán de
devolverle sus compras, pero la anciana hizo un mohín.
-Sabes, mi casa no
está lejos de aquí ¿sería mucha molestia si…
-claro- murmuré
mientras aferraba las pesadas bolsas y me disponía a seguirla, ahora que la
observaba, pude notar que era una mujer demasiado pequeña, con el cabello reseco
y completamente blanco.
-Me da gusto ver que
aún queda gente amable como tú en este mundo-
No pude evitar una
risa irónica ante su cumplido pero me limité a seguir caminando, después de
todo, había esperado años para ese día ¿Qué importaba esperar un par de minutos
más?
El silencio comenzó a volverse
incómodo, así que me obligué a hacer un comentario.
-Espero que la comida
de su gato no se arruine-
-¡El gordo Schrödinger!
Realmente no la necesita, pero sé cuánto le encanta-
Su gato se llama Schrödinger,
pensé, la vieja debía tener sentido del humor.
-Tal vez te parezca
extraño que a alguien como yo le gusten los gatos, pero la verdad es que me
encantan, a diferencia de lo que todos puedan pensar, me encantan todas las criaturas-
-En absoluto- negué
puesto que la anciana tenía toda la pinta de ser una solterona con gatos.
-Dime algo jovencito
¿Por qué vas vestido tan elegante?-
Inspeccioné mi atuendo
con rapidez, llevaba pantalones limpios y una camisa casi nueva, era
definitivamente mi mejor atuendo.
-Porque tengo una
cita- Dije sin poder evitar cierto sarcasmo en mi voz ante el chiste privado
que acababa de decirle.
Sin embargo la anciana
dejó escapar una risita como si lo entendiera y exclamó.
-Muy bien, entonces no
te retraso más, ya hemos llegado-
Nos detuvimos frente a
una modesta casa de ladrillos anaranjados y me incliné para devolverle sus
compras.
En ese momento, la
anciana besó mi frente con un rápido movimiento que me produjo un fuerte
desagrado, sobre todo cuando pensé en la dentadura postiza que seguramente
estaba usando y en la enorme verruga que cubría su flácida mejilla.
-Es mi forma de
agradecerte, eres un muchacho muy especial y yo soy la muerte- Concluyó casi en
susurros, como si me hubiera dicho un secreto.
Hice un torpe ademán
de despedida con la mano y mientras me alejaba, me pareció escuchar que la
anciana se reía.
Seguro la anciana
estaba completamente loca, le aterraba la idea de morir y por eso decía tales
tonterías, casi solté una carcajada, por el contrario, yo sí sabía sobre la
muerte, no le temía, la deseaba y en breve, podría verla a los ojos.
Arrojarme del puente
de Fablet era la mejor manera de
morir. Si una caída de tal altura no bastaba para matarme, alguno de los
cientos de carros que atraviesan la avenida a toda velocidad seguramente lo
haría y por fin; Todo habría terminado.
Me aseguré de que el
último peatón cruzara por el puente y entonces subí al borde y me dispuse a
saltar.
Para mi sorpresa, no
pensé en mi vida, no vi todos mis recuerdos pasar frente a mis ojos como si se
tratara de una película, lo único que sentí fue tranquilidad.
Finalmente, salté.
Sentí que caía
lentamente, con el aire golpeándome en la cara y después un aturdimiento exuberante,
escuché un crujido y supe que se trataba de mis huesos al impactar y quebrarse
contra el suelo, pero no hubo dolor, solo el placentero sopor con el que había
fantaseado durante tanto tiempo, cerré los ojos con fuerza y me dispuse a
abandonarme hacía el apacible vacío de la nada, hacía mi tan ansiado final.
La tranquilidad, sólo
duró un instante…
Escuché un rugido
infernal de palabrotas y cláxones de autos tocados con desesperación.
-¡Quítate del camino
Imbécil!- Gritó un hombre malhumorado.
Abrí los ojos de
golpe. Me encontraba en medio de la autopista y los autos intentaban esquivarme
con movimientos bruscos que sobresaltaban a los conductores.
Me incorporé tan
rápido como mis fracturados pies lo permitieron y me alejé de los autos con
dificultad.
Sentía el sabor de la
sangre inundarme la boca, así que me obligué a escupir mientras contemplaba que
los dedos de mi mano izquierda estaban doblados de un modo imposible, tenía
heridas y huesos rotos por todo el cuerpo, pero no sentía ningún dolor en
absoluto.
Inspeccioné mi cuerpo
con horror y noté casi al borde de la historia que mis huesos estaban volviendo
a unirse mientras las heridas se cerraban con la misma rapidez.
Observé el puente del
que había saltado y un escalofrío me recorrió el cuerpo entero…
Las palabras de la
anciana volvieron a mi mente con rapidez y de pronto, lo comprendí todo.
-¡La anciana no había
mentido! Ella era la muerte y me había regalado la eternidad.
-¡Esa pequeña puta!!!!-
Pensé molesto. Esto era definitivamente, lo peor que podía pasarme en la vida,
pero al mismo tiempo, sentí fascinación y antes de pensar en cualquier otra
cosa, eché a reír porque había sido víctima de la mejor broma en todo este
absurdo mundo.
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