martes, 3 de noviembre de 2015

Gielle


El lienzo en blanco  Parte I

“Tres meses, máximo cinco” sentenció el doctor…
Supongo que en ese momento lo supe, tal como sé ahora que ella terminaría por llevarse todo lo que tengo, aunque parezca una especie de broma que mi vida vaya a terminar así. Ella y yo encendimos una llama que finalmente me redujo a cenizas y la muerte está aquí para recoger lo poco que queda de mi ser; La he visto, la conocí en el momento que aguardaba en la sala de espera de un hospital como un condenado que se dirige hacia la horca y ha estado rondando desde entonces, como una sombra que lentamente se ha ido volviendo lo suficientemente nítida como para poder observarla. Ahora, que estoy a punto de pagar por mis pecados, se sienta a mi lado y mi único pensamiento es que luce bellísima, aunque no tanto como Gielle: Mi musa, mi veneno, voy a verte una vez más…  



A veces desearía que mi vida hubiera sido como cuentan los diarios y los críticos de arte: “Una vida ostentosa, esclarecida por el éxito de mi talento y las bendiciones de la fama” De este modo, se diría que esta noche sufriré un ataque al corazón o cualquier muerte pacífica que aguarda para aquellos que han llevado una vida pura y tranquila, más no es así, porque confieso haber sido un mentiroso y haber cometido los más horribles crímenes que ha visto este lugar.
Y en mi defensa, solo puedo decir que todo lo hice por ella. Cuando nos conocimos, ella quería ser real y yo quería dejar de existir, todo lo que he hecho desde entonces y hasta ahora fue para cumplir esos deseos, nunca hubo otro camino y nunca lo habrá.

Tenía siete años la primera vez que la vi, ya desde entonces yo estaba condenado a ser un parásito, a arrastrarme por la sociedad sin que hubiera lugar para mí. La infancia es una etapa difícil y lo es aún más para los que somos… algo diferentes al resto. Los niños no miden la crueldad y les parece tan simple arrancar las alas de una mariposa como arrojar al raro de sus compañeros a un río lo suficientemente profundo como para ahogarlo, en ese entonces, solo podía sentir odio y miedo, no sabía que me estaban haciendo un favor.

Todo pasó demasiado rápido y cuando abrí los ojos, ella estaba ahí, incluso ante mis ojos infantiles, supe que era lo más hermoso que vería en toda mi vida. Gielle parecía una estatua que había cobrado vida, con esa piel tersa y aceitunada, los rasgos perfectos y el cabello suave como seda, alguien tan hermoso no podía ser real y lo innatural de su aspecto residía en el par de cuernos que asomaban de su cabeza, no lo comprendí en ese entonces y tampoco le tomé mucha importancia, solo sé que cuando nos despedimos, yo tenía un inmenso miedo a no volver a verla y sobre todo a olvidarla como se olvidan los sueños y entonces comencé a dibujar, hice una silueta sin gracia y un par de cuernos que sobresalían de su cabello, fue un trazo infantil que paulatinamente mejoré hasta crear algo parecido a ella. Me ofusqué con la pintura, porque eso significaba volverla a ver.
Y casi sin darme cuenta, me volví adicto a las dos pasiones por las que se regiría el resto de mi existencia, la pintura… Y Gielle.

Fue entonces que la gente comenzó a interesarse por mis dibujos, comenzaban a decir que yo tenía talento, que los grandes maestros habían comenzado justo así y luego su atención se cautivaba por la chica de mis trazos ¿Quién es ella? Preguntaban y yo me limitaba a encogerme de hombros, todo lo que sabía era su nombre y que sentía una ignota atracción hacía ella, me fascinaba incluso en ese simple recuerdo y lentamente empezó a ocupar todos y cada uno de mis pensamientos.
En el fondo, sentía que éramos parecidos: Yo llevaba el estigma escondido en mi personalidad y las personas no podían permanecer a mi lado sin sentirse intimidadas, ella llevaba el mismo estigma en sus cuernos y sin embargo, ella me había salvado, podía verme, más allá de los horrores que escondía mi persona y yo podía verla más allá de lo extraño de su aspecto, para alguien tan hermosa incluso esos cuernos lucían a la perfección, la complementaban, eran la parte de un todo.

Sabía que tarde o temprano ella volvería a mí y mientras tanto, me empeñaba en mejorar, aprendí todo lo pude y practiqué todo el tiempo que fuera necesario, mis manos estaban permanentemente manchadas con pintura y mi salud comenzó a degenerarse, pero ningún precio hubiera sido lo bastante alto a causa del placer que obtenía con mis dibujos. En el mundo, yo no era nada, pero al momento de tomar mis pinceles y trazar sobre el lienzo… El mundo entero me parecía insignificante, dejaba de existir, yo mismo me desvanecía, entregado a los colores y los sentimientos, movido por la sensación más poderosa que he conocido, tal vez era lo que llaman “inspiración” o mejor dicho: Era Gielle, la musa en persona que se sentaba tras de mí aguardando por ver su imagen inmortalizada en el papel.
Cuando mi fama despegó y el primero de mis cuadros fue exhibido en una de las galerías más importantes, los críticos comenzaron a aparecer: Arrogantes que se empeñaban en manchar mi trabajo con insulsas palabras o románticos que me alababan con todo tipo de sandeces pretensiosas. Pero el peor de todos, siempre he sido yo mismo.

Cuando Gielle volvió a mí, redoblé mis esfuerzos por plasmarla tal y como era, quería plasmar en el lienzo la misma perfección que veían mis ojos y mi estudio se convirtió en mi morada de tiempo completo, el suelo se alfombró paulatinamente con los cadáveres de papel de mis intentos fallidos por capturar la perfección y con la basura que se acumulaba de los mínimos alimentos que consumía para mantenerme de pie. Recubrí las paredes con toda la pintura que salpicaba cada una de mis creaciones y finalmente, el sofá permanecía ocupado por ella.
Mis obras comenzaron a hacerse notar en el resto del mundo y las críticas positivas opacaban a las negativas, decían que mi arte se había refinado y vuelto más estética y sublime, pero yo sabía que mentían, porque algo me faltaba, era obvio: estaban incompletas, yo lo sabía cada vez que ella me miraba con enfado por encima del lienzo.

“¿Qué es lo que falta?” “¿Qué es lo que necesitas?” Repetía nerviosamente 
mientras afinaba la punta del carboncillo entre mis dedos, sin darme cuenta presioné demasiado la navaja y unas gotas de sangre salpicaron el dibujo casi terminado. En ese momento, la respuesta se hizo evidente, cuando la sangre salpico los labios del retrato de Gielle, su expresión pareció cambiar, como si una sonrisa de dicha le iluminara el rostro, desde la curvatura de los labios hasta sus hermosos ojos que incluso durante un instante parecieron volverse más claros.
Sorprendido, acerqué mi mano herida hacia el dibujo y algo mágico ocurrió: Sus labios, repentinamente cálidos, se acercaron a mi piel y lentamente comenzó a lamer la sangre que manaba de ella. La siguiente vez que la pinté luego de eso, lucía distinta, más feliz, más hermosa… Más viva.
En ese entonces, supe que habíamos llegado a un punto sin retorno, ahora mis sesiones de pintura eran mucho más exhaustivas y podía notar los primeros síntomas de la enfermedad en mi cuerpo, muy a mi pesar, me obligué a tomarme un descanso.

Durante un par de meses llevé una vida normal, disfrutando de los lujos que mis obras me habían brindado e incluso me rodee de compañía, la comodidad de esa existencia tan simple me sedujo a tal punto que durante un instante consideré conservarla y hacer lo que toda persona común de mi edad habría hecho: Formar una familia.
Pero bastó un mínimo instante para darme cuenta que esa vida no me estaba destinada, era el simple hecho de que no podía sentir a ninguna de las chicas con las que intenté una relación sentimental. Todas me parecían iguales, la calca exacta de la anterior, aburridas… vacías.

Sus cuerpos se sentían fríos como el hielo y los labios intangibles como el humo. O tal vez era yo el que estaba a punto de convertirse en hielo y humo, a causa de una mujer que solo existía en mis sueños. Y sin embargo, Gielle era más real para mí que el mundo entero, porque finalmente, si el pincel era una extensión de mi mano y ella se alimentaba de mi propia sangre ¿No significaba eso besarla a través de la pintura? ¿Tocarla en cada lienzo? Y sin embargo, mis obras continuaban fragmentadas, incompletas… Hacía falta algo. 

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