El lienzo en blanco Parte I
“Tres meses, máximo cinco” sentenció el doctor…
Supongo que en ese momento lo supe, tal como sé ahora
que ella terminaría por llevarse todo lo que tengo, aunque parezca una especie
de broma que mi vida vaya a terminar así. Ella y yo encendimos una llama que
finalmente me redujo a cenizas y la muerte está aquí para recoger lo poco que
queda de mi ser; La he visto, la conocí en el momento que aguardaba en la sala
de espera de un hospital como un condenado que se dirige hacia la horca y ha
estado rondando desde entonces, como una sombra que lentamente se ha ido
volviendo lo suficientemente nítida como para poder observarla. Ahora, que
estoy a punto de pagar por mis pecados, se sienta a mi lado y mi único
pensamiento es que luce bellísima, aunque no tanto como Gielle: Mi musa, mi
veneno, voy a verte una vez más…
A veces desearía que mi vida hubiera sido como
cuentan los diarios y los críticos de arte: “Una vida ostentosa, esclarecida
por el éxito de mi talento y las bendiciones de la fama” De este modo, se diría
que esta noche sufriré un ataque al corazón o cualquier muerte pacífica que
aguarda para aquellos que han llevado una vida pura y tranquila, más no es así,
porque confieso haber sido un mentiroso y haber cometido los más horribles
crímenes que ha visto este lugar.
Y en mi defensa, solo puedo decir que todo lo hice
por ella. Cuando nos conocimos, ella quería ser real y yo quería dejar de
existir, todo lo que he hecho desde entonces y hasta ahora fue para cumplir
esos deseos, nunca hubo otro camino y nunca lo habrá.
Tenía siete años la primera vez que la vi, ya desde
entonces yo estaba condenado a ser un parásito, a arrastrarme por la sociedad
sin que hubiera lugar para mí. La infancia es una etapa difícil y lo es aún más
para los que somos… algo diferentes al resto. Los niños no miden la crueldad y
les parece tan simple arrancar las alas de una mariposa como arrojar al raro de
sus compañeros a un río lo suficientemente profundo como para ahogarlo, en ese
entonces, solo podía sentir odio y miedo, no sabía que me estaban haciendo un
favor.
Todo pasó demasiado rápido y cuando abrí los ojos,
ella estaba ahí, incluso ante mis ojos infantiles, supe que era lo más hermoso
que vería en toda mi vida. Gielle parecía una estatua que había cobrado vida,
con esa piel tersa y aceitunada, los rasgos perfectos y el cabello suave como
seda, alguien tan hermoso no podía ser real y lo innatural de su aspecto
residía en el par de cuernos que asomaban de su cabeza, no lo comprendí en ese
entonces y tampoco le tomé mucha importancia, solo sé que cuando nos
despedimos, yo tenía un inmenso miedo a no volver a verla y sobre todo a
olvidarla como se olvidan los sueños y entonces comencé a dibujar, hice una
silueta sin gracia y un par de cuernos que sobresalían de su cabello, fue un
trazo infantil que paulatinamente mejoré hasta crear algo parecido a ella. Me
ofusqué con la pintura, porque eso significaba volverla a ver.
Y casi sin darme cuenta, me volví adicto a las dos
pasiones por las que se regiría el resto de mi existencia, la pintura… Y
Gielle.
Fue entonces que la gente comenzó a interesarse por
mis dibujos, comenzaban a decir que yo tenía talento, que los grandes maestros
habían comenzado justo así y luego su atención se cautivaba por la chica de mis
trazos ¿Quién es ella? Preguntaban y yo me limitaba a encogerme de hombros,
todo lo que sabía era su nombre y que sentía una ignota atracción hacía ella,
me fascinaba incluso en ese simple recuerdo y lentamente empezó a ocupar todos
y cada uno de mis pensamientos.
En el fondo, sentía que éramos parecidos: Yo llevaba
el estigma escondido en mi personalidad y las personas no podían permanecer a
mi lado sin sentirse intimidadas, ella llevaba el mismo estigma en sus cuernos
y sin embargo, ella me había salvado, podía verme, más allá de los horrores que
escondía mi persona y yo podía verla más allá de lo extraño de su aspecto, para
alguien tan hermosa incluso esos cuernos lucían a la perfección, la
complementaban, eran la parte de un todo.
Sabía que tarde o temprano ella volvería a mí y
mientras tanto, me empeñaba en mejorar, aprendí todo lo pude y practiqué todo
el tiempo que fuera necesario, mis manos estaban permanentemente manchadas con
pintura y mi salud comenzó a degenerarse, pero ningún precio hubiera sido lo
bastante alto a causa del placer que obtenía con mis dibujos. En el mundo, yo
no era nada, pero al momento de tomar mis pinceles y trazar sobre el lienzo… El
mundo entero me parecía insignificante, dejaba de existir, yo mismo me
desvanecía, entregado a los colores y los sentimientos, movido por la sensación
más poderosa que he conocido, tal vez era lo que llaman “inspiración” o mejor
dicho: Era Gielle, la musa en persona que se sentaba tras de mí aguardando por
ver su imagen inmortalizada en el papel.
Cuando mi fama despegó y el primero de mis cuadros
fue exhibido en una de las galerías más importantes, los críticos comenzaron a
aparecer: Arrogantes que se empeñaban en manchar mi trabajo con insulsas
palabras o románticos que me alababan con todo tipo de sandeces pretensiosas.
Pero el peor de todos, siempre he sido yo mismo.
Cuando Gielle volvió a mí, redoblé mis esfuerzos por
plasmarla tal y como era, quería plasmar en el lienzo la misma perfección que
veían mis ojos y mi estudio se convirtió en mi morada de tiempo completo, el
suelo se alfombró paulatinamente con los cadáveres de papel de mis intentos
fallidos por capturar la perfección y con la basura que se acumulaba de los
mínimos alimentos que consumía para mantenerme de pie. Recubrí las paredes con
toda la pintura que salpicaba cada una de mis creaciones y finalmente, el sofá
permanecía ocupado por ella.
Mis obras comenzaron a hacerse notar en el resto del
mundo y las críticas positivas opacaban a las negativas, decían que mi arte se
había refinado y vuelto más estética y sublime, pero yo sabía que mentían,
porque algo me faltaba, era obvio: estaban incompletas, yo lo sabía cada vez
que ella me miraba con enfado por encima del lienzo.
“¿Qué es lo que falta?” “¿Qué es lo que necesitas?”
Repetía nerviosamente
mientras afinaba la punta del carboncillo entre mis
dedos, sin darme cuenta presioné demasiado la navaja y unas gotas de sangre
salpicaron el dibujo casi terminado. En ese momento, la respuesta se hizo
evidente, cuando la sangre salpico los labios del retrato de Gielle, su
expresión pareció cambiar, como si una sonrisa de dicha le iluminara el rostro,
desde la curvatura de los labios hasta sus hermosos ojos que incluso durante un
instante parecieron volverse más claros.
Sorprendido, acerqué mi mano herida hacia el dibujo y
algo mágico ocurrió: Sus labios, repentinamente cálidos, se acercaron a mi piel
y lentamente comenzó a lamer la sangre que manaba de ella. La siguiente vez que
la pinté luego de eso, lucía distinta, más feliz, más hermosa… Más viva.
En ese entonces, supe que habíamos llegado a un punto
sin retorno, ahora mis sesiones de pintura eran mucho más exhaustivas y podía
notar los primeros síntomas de la enfermedad en mi cuerpo, muy a mi pesar, me
obligué a tomarme un descanso.
Durante un par de meses llevé una vida normal,
disfrutando de los lujos que mis obras me habían brindado e incluso me rodee de
compañía, la comodidad de esa existencia tan simple me sedujo a tal punto que
durante un instante consideré conservarla y hacer lo que toda persona común de
mi edad habría hecho: Formar una familia.
Pero bastó un mínimo instante para darme cuenta que
esa vida no me estaba destinada, era el simple hecho de que no podía sentir a
ninguna de las chicas con las que intenté una relación sentimental. Todas me
parecían iguales, la calca exacta de la anterior, aburridas… vacías.
Sus cuerpos se sentían fríos como el hielo y los
labios intangibles como el humo. O tal vez era yo el que estaba a punto de
convertirse en hielo y humo, a causa de una mujer que solo existía en mis
sueños. Y sin embargo, Gielle era más real para mí que el mundo entero, porque
finalmente, si el pincel era una extensión de mi mano y ella se alimentaba de
mi propia sangre ¿No significaba eso besarla a través de la pintura? ¿Tocarla
en cada lienzo? Y sin embargo, mis obras continuaban fragmentadas, incompletas…
Hacía falta algo.
*.* Es hermosamente genial
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