No puedo negar que somos bastante excéntricos en mi
familia y por tanto, nuestras tradiciones son un tanto… peculiares.
Celebramos nuestros cumpleaños a la luz de las velas
y pidiendo deseos una vez que nos hacemos mayores, no ingresamos a la escuela
sino hasta los doce y luego aprendemos todo acerca de la sociedad, en mi
familia valoramos el talento y por ello nos dedicamos a refinarlo durante toda
nuestra vida porque “Todos somos especiales” solían decir, pero hay algo que es
más especial que cualquiera de estas cosas… La primera vez.
Supongo que tiene la misma importancia dentro de
todas las sociedades o por lo menos debería ya que no puedes formar parte del
mundo de los adultos sin tener experiencia y una vez que lo haces por primera
vez, el mundo cambia, ya no hay vuelta atrás y comienzas una nueva etapa en tu
vida, puedes ver al mundo con otro par de ojos.
-No tienes que hacerlo si aún no te sientes lista-
comentó mi hermana luego de mi décimo séptimo cumpleaños y cuando comencé a
comentar que tenía demasiada curiosidad por hacerlo antes de que terminara el
año.
Por supuesto que tenía un poco de miedo al principio,
pero confiaba plenamente en que ya sabía lo suficiente como para poner en
práctica mis conocimientos y además había conocido al chico indicado, supe desde
el principio que él estaba completamente enamorado de mí y este fue el
incentivo perfecto para dar libertad a mis fantasías. Finalmente elegí ese
invierno porque siempre me gustó el modo en que la piel luce más pálida ante el
frío y una vez oí decir a mi padre que los corazones se volvían más cálidos en
aquella época del año.
Aquella noche había luna llena y supe que era el
momento perfecto, llevé al chico al desván de la escuela porque sabía que nadie
podría interrumpir a aquellas horas de la noche y luego de conseguir todo lo
que necesitaba agregué una botella de alcohol, porque mi prima había insistido
que así sería mucho más fácil.
Me sentí muy nerviosa cuando comencé a desabotonar su
camisa, pero en efecto, el alcohol había cumplido su cometido y los dos nos
sentíamos relajados y mientras exploraba su pecho desnudo con las manos y
sentía su pulso acelerarse, no me quedaron más dudas de que estaba haciendo lo
correcto, él era el indicado. Le di un largo y profundo beso y a continuación
cubrí su boca para evitar que gritara mientras sacaba el bisturí y comenzaba a
hacer el primer corte, ya había previsto su reacción así que preparé el formol
de inmediato y luego de unos segundos se quedó dormido.
Fue algo complicado hacer incisiones tan profundas
sin dañar el órgano central pero finalmente lo conseguí, mis guantes estaban
completamente manchados de sangre pero podía sentir el corazón latir
cálidamente en mis manos, lo coloqué en el recipiente que había preparado y
tras asegurarme de no haber dejado rastro alguno fui directo a casa.
Como de costumbre, todos los miembros de mi familia
se habían reunido y la fiesta comenzó una vez que crucé la puerta.
-¡Lo has hecho!- exclamó mi padre eufórico cuando vio
las manchas de sangre que adornaban mi ropa.
-Todos sabíamos que tienes la habilidad de un
cirujano- agregó mi madre mientras me abrazaba.
-Deja de hablar, que también tiene manos de pianista-
interrumpió una de mis tías.
-Bueno, ya es hora- Afirmó mi padre señalando el reloj
que marcaba las tres en punto, todos me abrieron paso hacia el corredor
alfombrado donde entregué el corazón a mi abuela.
-Tienes muy buen ojo- dijo con ternura mientras
inspeccionaba el órgano.
-Sí, es un buen corazón querida. Recuerdo mi primera
vez… Era un corazón más pequeño pero igual de cálido.
Sonreí mientras miraba fijamente hacia la estatua de
nuestro dios que finalmente había cobrado vida, ahora podía pedir mi primer
deseo de cumpleaños.
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