lunes, 26 de enero de 2015

La Nevada en el Infierno

¿Alguna vez te has preguntado cómo es el infierno?


Tal vez lo imagines como un abismo inconmensurable, o un vacío eterno, o… fuego.
Posiblemente el infierno luzca distinto en tu mente, pero ante mis ojos…
El infierno es una cortina de cristal. Una capa de vidrios adornando la nada entre una eterna lluvia de fuego, el suelo se compone de ásperas rocas carbonizadas, no puedes verlas, pero sabes que están ahí porque te cortan y queman los pies cada vez que avanzas. Las tormentas de fuego, son la peor amenaza, llegan sin dar indicios y se van tras haber consumido lo poco que queda. No se puede saber si pasan días o noches porque todo es siempre igual, los gritos son la “música ambiental” de este suplicio.

Pero quizá, la soledad sea lo peor de todo… No, no eres el único en este lugar, hay otros, pero la cortina de cristal los separa a todos, todos pueden verte, todos pueden escucharte, pero a nadie está interesado en escuchar, a nadie le importa, solo eres tú con tus penurias y solo tú eres consciente de tu propia existencia. 

No recuerdo cuando cuándo ni cómo llegué aquí, puede ser hace un instante… o hace una eternidad. Tampoco puedo recordar nada que no sea esto:
Días interminables repletos de fuego, fuego que en vez de dar calor, solo provoca dolor y angustia. Me siento hambriento pero no hay nada que pueda calmar ese vacío, estoy aterrado y no tengo dónde esconderme, estoy exhausto… pero no puedo dormir. Lo he intentado, sí, en varias ocasiones, me recuesto sobre la superficie plana e intento que mi piel se acostumbre al dolor del fuego, intento relajarme y cierro los ojos, mi cuerpo se queda inmóvil, pero mi mente sigue vagando inquieta por el maldito terreno y escucho los gritos y veo el fuego y me ahogo en angustia…

Ha sido siempre así… Hasta que ella llegó de la nada, estaba estático, intentando respirar luego de una ráfaga de cenizas cuando algo rozó mi nariz, la aparté de golpe con un movimiento violento que ella esquivó con suma delicadeza.
-Largo- dije sorprendido por el sonido de mi propia voz.
Pero ella no se intimidó, se quedó ahí a centímetros de mis ojos, como si aguardara algo.
Volví a levantar la mano y ella volvió a esquivarme.               
Entonces la miré fijamente, era diminuta y frágil, tenía ojos enormes y patas tan delgadas como hilos, me pregunté cómo algo así podría sobrevivir en ese inhóspito lugar, observé fijamente sus alas y entonces me quedé envuelto en su propia belleza, sus alas parecían tan frágiles como el resto de su cuerpo y sin embargo, la sostenían con inmaculada firmeza, eran azules, increíblemente azules… un color hermoso entre la nada y el fuego.
Y lo que más me sorprendió es que ella no parecía asustada, no me temía, ni huía de mí, yo la observaba y ella me devolvía el gesto inspeccionándome con sus grandes ojos.

-Mariposa- susurré –Estás tan fuera de lugar-

A ella no le importó, se limitó a revolotear a mi alrededor, extendí la mano, esta vez con delicadeza y ella posó sus patas en mi piel, era lo más suave que había tocado, el cosquilleo me recorrió el brazo y casi sin notarlo, empecé a reír, mi voz seguía resultándome extraña, pero al menos por un segundo, el dolor disminuyó.
A partir de ese día… ella se quedó conmigo, me seguía a todas partes agitando sus alas cuando le platicaba cosas como si realmente estuviera escuchándome, incluso, hacía vuelos lentos y magníficos para que yo pudiera dormir, como si todos los días se inventara una coreografía nueva para mi descanso, yo la protegía de las tormentas de fuego y ella me protegía de la soledad, el infierno era soportable si la sentía cerca de mí.

Pero un instante después, las cosas cambiaron… la tormenta de fuego me tomó completamente desprevenido, el fuego llegó con rapidez y comenzó a lamer todo a su paso, me encogí para proteger mi cuerpo, pero ella había volado demasiado alto, le grité con todas mis fuerzas, pero el fuego la alcanzó sin que yo pudiera hacer nada, luchó contra las llamas como el más valiente de los guerreros, pero al final, el fuego venció, las llamas volvieron a alejarse, dejando cenizas, sus habituales destrozos y esta vez… un dolor insoportable en mi alma.
Me acerqué a ella lo más rápido que pude y la tomé entre mis manos, el color azul de sus alas se había perdido, pero sus patitas aún se movían.

-Quédate- le suplique

-Lo siento, lo siento mucho…

No hubo respuesta, sus movimientos se volvieron lentos e imperceptibles y con un gran esfuerzo, me dirigió una mirada de sus hermosos ojos.

-Te amo- susurré.

Porque era lo único que podía sentir, más allá del dolor, más allá del miedo y la angustia.
Sentí ardor en mis ojos e inmediatamente noté un nítido líquido surgir de ellos, no podía evitarlo… eran lágrimas.
No se debe llorar en el infierno, porque las llamas y el calor te consumen de inmediato, lo sabía, pero no me importó. Así me quedé lo que pareció ser otra efímera eternidad, hasta que un crujido me distrajo.

Levanté la vista y observé que las llamas se volvían opacas, su intenso color rojos empezó a morir lentamente hasta volverse blanco y espeso, abrí los labios con sorpresa y comencé a sentir un ambiente distinto, era fresco y puro… el aire se volvió húmedo y respirable. Inhalé profundamente y tuve que aferrar a la mariposa porque su peso estaba aumentando.
Y antes de poder reaccionar, la frágil mariposa que me había acompañado, se convirtió en una hermosa joven, quise gritar, pero ella me lo impidió, rozó mi nariz, esta vez acariciándome con sus largos y suaves dedos.
Me dirigió una amplia sonrisa que solo pude responder estrechándola en mis brazos.
En ese momento, puedo asegurar que el tiempo se detuvo… escuché que todo el cristal se rompía y vi el fuego convertirse en hielo ante mis ojos, en pequeñas y suaves lágrimas de hielo… estaba nevando.

                            

Y era lo más hermoso que hubiera podido ocurrir.
Acaricie el cabello de mi mariposa y le di las gracias con el poco aliento que me quedaba en los pulmones.

-Al fin te encontré- Susurró ella y no entendí lo que dijo hasta que…


Desperté. 
Estaba en un lugar desconocido, pero con total seguridad, supe que no era el infierno, era blanco e higiénico, olía a químicos, pero el aire era respirable y lentamente, los recuerdos volvieron a mí. 
Pero lo más importante, ella aun estaba entre mis brazos 
-Por fin despertaste- 
Exclamó con lágrimas en los ojos
-Jamás vas a estar solo- prometió rodeándome con sus cálidos brazos. 
-Lo sé- respondí -Tu siempre estas conmigo- 
La besé tiernamente hasta que un alivio inconmensurable me invadió el alma, por fin me sentía feliz, porque estaba en el lugar correcto. Cuando apoyé mis manos en su espalda, noté su tatuaje... era una mariposa con alas increíblemente azules. 

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