¿Alguna vez te has preguntado cómo es el infierno?
Tal vez lo imagines como un abismo inconmensurable,
o un vacío eterno, o… fuego.
Posiblemente el infierno luzca distinto en tu
mente, pero ante mis ojos…
El infierno es una cortina de cristal. Una capa de
vidrios adornando la nada entre una eterna lluvia de fuego, el suelo se compone
de ásperas rocas carbonizadas, no puedes verlas, pero sabes que están ahí
porque te cortan y queman los pies cada vez que avanzas. Las tormentas de
fuego, son la peor amenaza, llegan sin dar indicios y se van tras haber
consumido lo poco que queda. No se puede saber si pasan días o noches porque
todo es siempre igual, los gritos son la “música ambiental” de este suplicio.
Pero quizá, la soledad sea lo peor de todo… No, no
eres el único en este lugar, hay otros, pero la cortina de cristal los separa a
todos, todos pueden verte, todos pueden escucharte, pero a nadie está
interesado en escuchar, a nadie le importa, solo eres tú con tus penurias y
solo tú eres consciente de tu propia existencia.
No recuerdo cuando cuándo ni cómo llegué aquí,
puede ser hace un instante… o hace una eternidad. Tampoco puedo recordar nada
que no sea esto:
Días interminables repletos de fuego, fuego que en
vez de dar calor, solo provoca dolor y angustia. Me siento hambriento pero no
hay nada que pueda calmar ese vacío, estoy aterrado y no tengo dónde
esconderme, estoy exhausto… pero no puedo dormir. Lo he intentado, sí, en
varias ocasiones, me recuesto sobre la superficie plana e intento que mi piel se
acostumbre al dolor del fuego, intento relajarme y cierro los ojos, mi cuerpo
se queda inmóvil, pero mi mente sigue vagando inquieta por el maldito terreno y
escucho los gritos y veo el fuego y me ahogo en angustia…
Ha sido siempre así… Hasta que ella llegó de la
nada, estaba estático, intentando respirar luego de una ráfaga de cenizas
cuando algo rozó mi nariz, la aparté de golpe con un movimiento violento que
ella esquivó con suma delicadeza.
-Largo- dije sorprendido por el sonido de mi propia
voz.
Pero ella no se intimidó, se quedó ahí a
centímetros de mis ojos, como si aguardara algo.
Volví a levantar la
mano y ella volvió a esquivarme.
Entonces la miré fijamente, era diminuta y frágil,
tenía ojos enormes y patas tan delgadas como hilos, me pregunté cómo algo así
podría sobrevivir en ese inhóspito lugar, observé fijamente sus alas y entonces
me quedé envuelto en su propia belleza, sus alas parecían tan frágiles como el
resto de su cuerpo y sin embargo, la sostenían con inmaculada firmeza, eran
azules, increíblemente azules… un color hermoso entre la nada y el fuego.
Y lo que más me sorprendió es que ella no parecía
asustada, no me temía, ni huía de mí, yo la observaba y ella me devolvía el
gesto inspeccionándome con sus grandes ojos.
-Mariposa- susurré –Estás tan fuera de lugar-
A ella no le importó, se limitó a revolotear a mi alrededor,
extendí la mano, esta vez con delicadeza y ella posó sus patas en mi piel, era
lo más suave que había tocado, el cosquilleo me recorrió el brazo y casi sin
notarlo, empecé a reír, mi voz seguía resultándome extraña, pero al menos por
un segundo, el dolor disminuyó.

Pero un instante después, las cosas cambiaron… la
tormenta de fuego me tomó completamente desprevenido, el fuego llegó con rapidez
y comenzó a lamer todo a su paso, me encogí para proteger mi cuerpo, pero ella
había volado demasiado alto, le grité con todas mis fuerzas, pero el fuego la
alcanzó sin que yo pudiera hacer nada, luchó contra las llamas como el más valiente
de los guerreros, pero al final, el fuego venció, las llamas volvieron a
alejarse, dejando cenizas, sus habituales destrozos y esta vez… un dolor
insoportable en mi alma.
Me acerqué a ella lo más rápido que pude y la tomé
entre mis manos, el color azul de sus alas se había perdido, pero sus patitas
aún se movían.
-Quédate- le suplique
-Lo siento, lo siento mucho…
No hubo respuesta, sus movimientos se volvieron
lentos e imperceptibles y con un gran esfuerzo, me dirigió una mirada de sus
hermosos ojos.
-Te amo- susurré.
Porque era lo único que podía sentir, más allá del
dolor, más allá del miedo y la angustia.
Sentí ardor en mis ojos e inmediatamente noté un
nítido líquido surgir de ellos, no podía evitarlo… eran lágrimas.
No se debe llorar en el infierno, porque las llamas
y el calor te consumen de inmediato, lo sabía, pero no me importó. Así me quedé
lo que pareció ser otra efímera eternidad, hasta que un crujido me distrajo.
Levanté la vista y observé que las llamas se
volvían opacas, su intenso color rojos empezó a morir lentamente hasta volverse
blanco y espeso, abrí los labios con sorpresa y comencé a sentir un ambiente
distinto, era fresco y puro… el aire se volvió húmedo y respirable. Inhalé profundamente
y tuve que aferrar a la mariposa porque su peso estaba aumentando.
Y antes de poder reaccionar, la frágil mariposa que
me había acompañado, se convirtió en una hermosa joven, quise gritar, pero ella
me lo impidió, rozó mi nariz, esta vez acariciándome con sus largos y suaves
dedos.
Me dirigió una amplia sonrisa que solo pude
responder estrechándola en mis brazos.
En ese momento, puedo asegurar que el tiempo se
detuvo… escuché que todo el cristal se rompía y vi el fuego convertirse en
hielo ante mis ojos, en pequeñas y suaves lágrimas de hielo… estaba nevando.
Y era lo más hermoso que hubiera podido ocurrir.
Acaricie el cabello de mi mariposa y le di las
gracias con el poco aliento que me quedaba en los pulmones.
-Al fin te encontré- Susurró ella y no entendí lo
que dijo hasta que…
Desperté.
Estaba en un lugar desconocido, pero con total seguridad, supe que no era el infierno, era blanco e higiénico, olía a químicos, pero el aire era respirable y lentamente, los recuerdos volvieron a mí.
Pero lo más importante, ella aun estaba entre mis brazos
-Por fin despertaste-
Exclamó con lágrimas en los ojos
-Jamás vas a estar solo- prometió rodeándome con sus cálidos brazos.
-Lo sé- respondí -Tu siempre estas conmigo-
La besé tiernamente hasta que un alivio inconmensurable me invadió el alma, por fin me sentía feliz, porque estaba en el lugar correcto. Cuando apoyé mis manos en su espalda, noté su tatuaje... era una mariposa con alas increíblemente azules.
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