Mostrando las entradas con la etiqueta Relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Relatos. Mostrar todas las entradas

domingo, 2 de julio de 2017

La mejor cita de tu vida

-Creo fervientemente que habemos personas que no nacimos para estar vivas.

Mi gran día, por fin había llegado, la marca en mi calendario era una prueba irrefutable de que por fin, todo iba a terminar y por primera vez en muchos años, me sentí feliz, verdaderamente feliz.

No necesité hacer más arreglos porque había estado planeando ese día durante más tiempo del que podría recordar y por primera vez, el hecho de vivir solo y no tener amigos cercanos, era una gran ventaja.
 Sin postergar más el momento, me puse la única camisa que tenía en buen estado y hasta hice un intento por peinar mi cabello eternamente desaliñado.

He pensado en la vida como una gran puta, una maldita puta que te promete placer pero no hace más que quitarte lo poco que tienes y dejarte en la ruina, completamente solo y miserable; Si la vida era esa clase de mierda, por simple lógica, la muerte debía ser todo lo contrario. La muerte era una dama hermosa, sensual y elegante, a ella no le importaban ni tu edad, ni tu aspecto, ni lo que llevabas en la cartera o entre las piernas, ella era la única justicia real que existía en este jodido mundo.
Y a mis 23 años, por fin iba a tener una cita con ella.

Creo que quise estar muerto desde que fui capaz de pensar por mí mismo, a los quince, intenté suicidarme tomando pastillas… Era joven y estúpido, no es ninguna sorpresa que a día de hoy siga aquí, morir es más sencillo que estar vivo, pero eso no significa que sea tan fácil como pensar en ello.
Eso lo había aprendido por experiencia, pero ahora las cosas eran distintas, ahora sabía exactamente cómo morir sin quedar vivo en el intento.

No puedo explicar por qué morir era el principal de mis deseos, es tan simple como afirmar que nada me hacía realmente feliz, no se trataba de una “depresión” era más bien fastidio, estaba completamente cansado de mi vida y del mundo en general, supongo que la ciencia ha encontrado una explicación “lógica” para esa clase de sentimientos pero a estas alturas, la ciencia está dentro de la infinita lista de cosas que me importan un carajo.  

Salí a la calle y encendí el último cigarrillo que quedaba en la caja, tiré la basura junto con mi encendedor porque después de todo, no volvería a necesitarlo.

Di una fuerte calada y me dispuse a dar el último paseo de mi vida.
Antes de acabarme el cigarrillo y llegar de una vez por todas a mi destino, un ruido me sobresaltó, un hombre joven en un auto había estado a punto de arrollar a una anciana.
La anciana cayó hacia la acera y las bolsas de su mandado tiraron todo el contenido.

-¡Fíjate por dónde vas anciana!-

Le gritó el conductor completamente molesto y siguió su camino conduciendo tan rápido como le permitía el motor.
Reconozco que actué sin pensarlo, apagué el cigarrillo en la zuela de mi zapato y me apresuré a ayudar a la anciana.
-¿Se encuentra bien?- pregunté mientras la ayudaba a incorporarse. La mujer se acomodó los lentes y me miró con seriedad, después dibujó una sonrisa colmada de arrugas con sus resecos labios y asintió.

-Sí, sí, ya lo sabes, esos jovencitos irresponsables que creen que nada les va a pasar por ir conduciendo ebrios y a alta velocidad, te juro que esos son mis favoritos-

Sin prestar demasiada atención, me incliné para recoger las el contenido de productos que se había caído de las bolsas; Aceite de cocina, jabón, papel higiénico, algunas frutas y alimento para gato.
Hice un ademán de devolverle sus compras, pero la anciana hizo un mohín.

-Sabes, mi casa no está lejos de aquí ¿sería mucha molestia si…
-claro- murmuré mientras aferraba las pesadas bolsas y me disponía a seguirla, ahora que la observaba, pude notar que era una mujer demasiado pequeña, con el cabello reseco y completamente blanco.

-Me da gusto ver que aún queda gente amable como tú en este mundo-

No pude evitar una risa irónica ante su cumplido pero me limité a seguir caminando, después de todo, había esperado años para ese día ¿Qué importaba esperar un par de minutos más?
El silencio comenzó a volverse incómodo, así que me obligué a hacer un comentario.
-Espero que la comida de su gato no se arruine-

-¡El gordo Schrödinger! Realmente no la necesita, pero sé cuánto le encanta-
Su gato se llama Schrödinger, pensé, la vieja debía tener sentido del humor.

-Tal vez te parezca extraño que a alguien como yo le gusten los gatos, pero la verdad es que me encantan, a diferencia de lo que todos puedan pensar, me encantan todas las criaturas-

-En absoluto- negué puesto que la anciana tenía toda la pinta de ser una solterona con gatos.

-Dime algo jovencito ¿Por qué vas vestido tan elegante?-
Inspeccioné mi atuendo con rapidez, llevaba pantalones limpios y una camisa casi nueva, era definitivamente mi mejor atuendo.

-Porque tengo una cita- Dije sin poder evitar cierto sarcasmo en mi voz ante el chiste privado que acababa de decirle.
Sin embargo la anciana dejó escapar una risita como si lo entendiera y exclamó.

-Muy bien, entonces no te retraso más, ya hemos llegado-
Nos detuvimos frente a una modesta casa de ladrillos anaranjados y me incliné para devolverle sus compras.

En ese momento, la anciana besó mi frente con un rápido movimiento que me produjo un fuerte desagrado, sobre todo cuando pensé en la dentadura postiza que seguramente estaba usando y en la enorme verruga que cubría su flácida mejilla.

-Es mi forma de agradecerte, eres un muchacho muy especial y yo soy la muerte- Concluyó casi en susurros, como si me hubiera dicho un secreto.

Hice un torpe ademán de despedida con la mano y mientras me alejaba, me pareció escuchar que la anciana se reía.
Seguro la anciana estaba completamente loca, le aterraba la idea de morir y por eso decía tales tonterías, casi solté una carcajada, por el contrario, yo sí sabía sobre la muerte, no le temía, la deseaba y en breve, podría verla a los ojos.  






Arrojarme del puente de Fablet era la mejor manera de morir. Si una caída de tal altura no bastaba para matarme, alguno de los cientos de carros que atraviesan la avenida a toda velocidad seguramente lo haría y por fin; Todo habría terminado.
Me aseguré de que el último peatón cruzara por el puente y entonces subí al borde y me dispuse a saltar.
Para mi sorpresa, no pensé en mi vida, no vi todos mis recuerdos pasar frente a mis ojos como si se tratara de una película, lo único que sentí fue tranquilidad.
Finalmente, salté.

Sentí que caía lentamente, con el aire golpeándome en la cara y después un aturdimiento exuberante, escuché un crujido y supe que se trataba de mis huesos al impactar y quebrarse contra el suelo, pero no hubo dolor, solo el placentero sopor con el que había fantaseado durante tanto tiempo, cerré los ojos con fuerza y me dispuse a abandonarme hacía el apacible vacío de la nada, hacía mi tan ansiado final.

La tranquilidad, sólo duró un instante…

Escuché un rugido infernal de palabrotas y cláxones de autos tocados con desesperación.

-¡Quítate del camino Imbécil!- Gritó un hombre malhumorado.
Abrí los ojos de golpe. Me encontraba en medio de la autopista y los autos intentaban esquivarme con movimientos bruscos que sobresaltaban a los conductores.

Me incorporé tan rápido como mis fracturados pies lo permitieron y me alejé de los autos con dificultad.
Sentía el sabor de la sangre inundarme la boca, así que me obligué a escupir mientras contemplaba que los dedos de mi mano izquierda estaban doblados de un modo imposible, tenía heridas y huesos rotos por todo el cuerpo, pero no sentía ningún dolor en absoluto.
Inspeccioné mi cuerpo con horror y noté casi al borde de la historia que mis huesos estaban volviendo a unirse mientras las heridas se cerraban con la misma rapidez.

Observé el puente del que había saltado y un escalofrío me recorrió el cuerpo entero…
Las palabras de la anciana volvieron a mi mente con rapidez y de pronto, lo comprendí todo.
-¡La anciana no había mentido! Ella era la muerte y me había regalado la eternidad.

-¡Esa pequeña puta!!!!- Pensé molesto. Esto era definitivamente, lo peor que podía pasarme en la vida, pero al mismo tiempo, sentí fascinación y antes de pensar en cualquier otra cosa, eché a reír porque había sido víctima de la mejor broma en todo este absurdo mundo.  

jueves, 14 de julio de 2016

Un mundo sin mi

El cielo era un lugar repleto de luz, dónde por más que cierres los ojos, la oscuridad no puede atraparte, hacía dónde extiendas las manos o pies, tu piel no toca otra cosa que seda y no necesitas pastillas para sumergirte en el más profundo de los sueños.
El cielo era un lugar en el que Danielle Mayers no existía...

Sé que en este momento, todos estarán culpando a una enfermedad inexistente “esquizofrenia” la han llamado, otros opinaron que fue culpa de los medicamentos, si quieren al verdadero culpable, ahí le tienen, es ella, con ella comenzó todo...

Danielle Mayers era “perfecta” la más linda, la más inteligente, la que se robaba todas las miradas, bastaba con estar en su presencia para notar el efecto que solía tener a su alrededor; Los chicos la deseaban y las chicas siempre intentaban hacerse sus mejores amigas para poder estar bajo su sombra y alimentarse con las sobras de cualquier cosa que ella tocara, como en un desesperado intento de ser aunque fuera un poco como Danielle Mayers.
¿Qué chica no lo desearía? Estoy segura que aún la más indiferente había soñado con una vida como esa.

Lo sabía, porque un par de años antes, yo había tenido todo lo que a ella le pertenecía, dos años antes, yo había estado en su lugar. 



Ella apareció casi de la nada, aunque su presencia había estado ahí desde que tengo memoria, recuerdo incluso haberla visto un par de veces sin llamar la atención, como cualquier otra sombra anodina circulando por la ciudad.
A veces me miraba de reojo pero yo me limitaba a ignorarla, no fue sino hasta que se mudó a vivir en mi vecindario que las cosas comenzaron a cambiar...
De algún modo, la maldita Danielle se las ingenió para integrarse en mi círculo social y comenzar relaciones íntimas con las personas más importantes en mi vida, cada día, ella se arreglaba más, ponía más ahínco en sus movimientos y daba gran atención a su ropa, cuando era demasiado tarde... Se había teñido el cabello del mismo color que el mío.

Todas sus acciones sin embargo, me habrían tenido sin cuidado de no ser porque caí presa de una terrible enfermedad, la gripe más fuerte que tuve en mi vida, lo suficientemente fuerte cómo para hacerme caer convaleciente en cama y hacerme perder un par de kilos.
Tuve que cancelar todas mis fiestas, todas las sesiones y los eventos.
No hará falta explicar lo que sucedió entonces... La arpía encontró el camino libre y se introdujo como un parásito, contaminando mi mundo hasta el grado de expulsarme de el.

Me recuperé de la gripe, pero no volví a ser la misma y tampoco mi vida pudo volver a la normalidad.
Danielle Mayers se había robado todo, todo lo que era, todo lo que quise, todo lo que alguna vez me importó.
Y entonces era yo quien comenzaba a mirarla de reojo pasando desapercibida ante su mirada arrogante.
Me molestaba verla contoneándose por los pasillos con la vista de todos en ella.
Odiaba cada palabra que salía de sus labios y cada suspiro que exhalaban sus pulmones.
Podía mirarla, mirarla durante horas... ¿Por qué nadie podía notarlo? ¡Ella no era perfecta! Su piel no estaba tan lisa como todos pensaban, sus grandes ojos estaban demasiado separados, su cintura no era tan estrecha y no tenía las piernas tan largas como presumía. ¡Era fea! Era fea si la mirabas de cerca y sin embargo, se parecía demasiado a mí.
Odiaba admitirlo, pero mirarla fijamente era casi como contemplar un espejo, quitando la palidez que había adquirido mi piel por el tiempo en confinamiento y las ojeras que enmarcaban mis ojos, ella y yo eramos demasiado similares...

Y esa idea, comenzó a quitarme el sueño.

Si intentaba irme a la cama sin la ayuda de las pastillas, pasaba horas mirando fijamente a un punto invisible dónde la silueta de Danielle comenzaba a atormentarme, pensaba en nuestro parecido y luego imaginaba cosas horribles, como su perfecta sonrisa contorsionada en una mueca de dolor o su tersa piel bañada en un cálido líquido rojo... ¡NO!
Esos pensamientos me asustaban, me asustaba el placer hipnótico que me producían.
Pero a medida que fue pasando el tiempo, comencé a comprender su significado... No habría vida para mí mientras Danielle Mayers existiera.

Un día finalmente tuve la oportunidad.
Comencé con gestos simples, un pequeño cumplido, un par de mensajes y la idiota terminó confiando en mí, lo suficiente como para seguirme hasta el patio trasero convencida de que sus amigas aguardaban por ella.
Le cubrí los ojos haciéndola creer que se trataba de una sorpresa y luego la apuñalé en la espalda con unas viejas tijeras que solían utilizarse para arreglar el jardín.
Danielle Mayers dejó escapar el grito más agudo y desgarrador que he escuchado en mi vida y me convencí de que todo aquello era un sueño.
Tenía que serlo, aquello no podía estar ocurriendo tan fácilmente.
Antes de poder reflexionarlo más, Danielle estaba tendida en el suelo, contorsionando la espalda a causa del dolor, intentando vanamente pedir ayuda.
La sujeté por el cabello y corté los cabellos que tan cuidadosamente había teñido con mi color preferido, los mechones cayeron inertes, adhiriéndose a la sangre que salía de la herida en su espalda como grandes hilos rojos.
Quise detenerme, pero el corazón me latía con fuerza y todos mis movimientos parecían coreografiados por otra persona.
Pisé su brazo con fuerza y hundí las tijeras en el dorso de su mano, sus gritos taladraron en mis oídos pero yo sólo podía prestar atención al modo en que las articulaciones de su mano se torcían de manera antinatural mientras la piel se desgarraba hasta fundirse con un intenso charco rojo.



Aferrando las tijeras con todas mis fuerzas, avancé por su brazo cortando toda esa piel perfecta que en el pasado había causado tanta fascinación... Ahora, no sería más que una masa de carne sanguinolenta.

Hice que su cuerpo quedara boca arriba con una patada y me dispuse a hacer aquello que con tanto placer había imaginado noche tras noche desde que la conocí: Cortar su rostro.
Cuando notó lo que me disponía a hacer, intentó apartarme y gritar con todas sus fuerzas, pero ya era demasiado tarde, pasé las tijeras por su frente con un corte delicado, casi simétrico arriba de sus maquilladas cejas y después hundí la punta en sus mejillas una y otra vez, golpeando sobre el hueso y sintiendo cómo la carne reventaba al abrirse y perforarse entre una cálida y espesa sangre.
¡Ojalá la hubieran visto! ¡Ojalá todos la hubieran visto! Las ropas rasgadas, el cuerpo destrozado y manchado de sangre ¿Seguía siendo hermosa? No, porque nunca lo había sido.
Bajé las tijeras a medida que sus gritos fueron desvaneciéndose y para cuando me dispuse a enterrarlas en la tierna piel de su cuello, aquella criatura, como salida de una pesadilla, levantó su mano destrozada y me propinó un golpe en la cabeza, nuestros ojos se miraron fijamente durante un segundo y entonces sentí cómo las tijeras encontraban su camino en el interior de una piel tersa y cálida que no había sido ni de lejos bonita.

Dicen que no voy a sobrevivir, perdí mucha sangre mientras me trasladaban al hospital, el doctor ha tenido una conversación muy seria con una de las enfermeras, ha dicho que me encontraba demasiado intoxicada y que aquellos que desean morir, mueren. Habló de un intento de suicidio dos años atrás y luego explicó que esta vez había ido demasiado lejos. 

Pero yo no he prestado atención porque hay un cadáver en el jardín y porque mis adoloridos brazos se hunden en sábanas tersas y la luz ilumina esta habitación completamente blanca y Danielle Mayers no volverá a existir.


viernes, 3 de junio de 2016

Un simple truco

Conocí al mejor mago de todos durante el peor de los días; En otro tiempo, otra época y otra vida…

En un mundo dónde el hombre desconocía la existencia de otros planetas y la injusticia regía nuestras clases sociales; El arte era un lujo, el conocimiento el peor de los pecados y las vidas yacían a merced de un tirano. Ese tirano, era mi padre.
La gente podría pensar que yo era demasiado afortunada al haber nacido con sangre azul y jamás haber conocido la escasez ni el hambre, después de todo, tenía el más cómodo lecho para dormir, el pan nunca faltaba en mi mesa y mi copa siempre rebosaba con el mejor vino. Pero lo que ellos no sabían, es que yo habría renunciado a cada gota de mi sangre si eso significaba un poco de libertad.

Los muros del castillo, me hacían sentir del mismo modo en que podría sentirse un prisionero y cuando era niña, solía observar las nubes, preguntándome que habría más allá de las ostentosas puertas que me estaba prohibido cruzar, mis tutores me brindaban toda clase de libros y me hacían aprender todo lo tuviera alguna importancia, pero no era lo mismo tocar una pintura, que sentir el mundo con mis propios dedos.
Y cuando me hice mayor, me di cuenta de que la libertad que tanto anhelaba, era una cuestión de engaños, mentiras y un gran truco: Ponerme las desaliñadas ropas de la hija de la cocinera (quien tenía mi misma edad y complexión) esconder el rostro entre un poco de hollín y escapar por el pequeño agujero que había en el jardín.

Solo podía salir durante un par de horas al día, cuando todos estaban lo bastante ocupados como para preguntarse en dónde me encontraba, las horas que pasaba fuera, eran las mejores que había tenido en mi corta vida y aunque saboree cada instante con los pies fuera del castillo, mi nueva felicidad fue efímera, porque al llegar a cierta edad, mis padres me anunciaron el compromiso al que fui destinada desde mi nacimiento.
Enterarme se sintió como un millón de agujas sobre mi piel, ya conocía a mi futuro esposo y le había odiado desde entonces; Era un joven arrogante y aburrido que nunca se dignaba a mirarme, la fecha de mi boda me hacía sentir como un condenado y mi único consuelo eran las horas libres.
Corrí hacia las calles de la ciudad intentando refugiarme en el bullicio y todas aquellas personas que pasaban el día quejándose por sus empleos.

Me senté en uno de los rincones y escondí el rostro entre mis manos, permitiéndome llorar con libertad, con la satisfacción de sentirme invisible.
Y en ese momento, la voz más agradable que había escuchado en mi vida, me hizo levantar la mirada, se trataba de un joven que parecía un par de años mayor que yo, vestía completamente de negro y el cabello le caía en mechones irregulares por la cara y los hombros, era bastante atractivo, pero lo que más impresionó fueron sus ojos, de un azul tan claro como el agua, líquido, casi transparente y cuando me miró, sentí que todas las cosas en el mundo podrían estar bien.

-¿Por qué estás triste?- preguntó de nuevo con esa voz que repentinamente me había hecho sentir tan tranquila.

Me sequé las lágrimas avergonzada y me permití volver a contemplar su rostro.

-Es un mal día, eso es todo-

Él sonrió mientras me ofrecía un pañuelo y luego señaló a su alrededor con un ademán.  

-¿Cómo podría ser un mal día? El clima es cálido, pero las nubes impiden que nos queme el sol y además el tiempo es nuestro amigo.

En ese momento, no comprendí lo que decía, pero cuando le devolví el pañuelo, él lo tomó entre sus manos, ocultándolo perfectamente con las palmas y cuando abrió los dedos, el pañuelo había desaparecido por completo dejando en su lugar una hermosa rosa roja.

-Eres demasiado hermosa como para estar triste-

Aseguró mientras yo me limitaba a tomar la flor sin poder salir de mi asombro.

-¿Pero cómo…


-Es magia-  Me dirigió una última sonrisa y se alejó tan repentinamente como había llegado. 




No me había dicho su nombre, pero durante los días que siguieron, me dediqué a buscarlo en cada rincón de la ciudad y finalmente, vi un gran letrero que anunciaba a un mago ambulante, un par de niños estaban a su alrededor y él los miraba con una enorme sonrisa mientras dejaba caer una pluma hacía el suelo, la atrapó mientras esta descendía con lentitud y cuando abrió la mano, una paloma extendió las alas y emprendió el vuelo ante los rostros fascinados de su pequeño público.
Me acerqué con discreción mientras él realizaba otros trucos y cuando la función termino, me uní a los aplausos y antes de que pudiera marcharme, él se acercó a mí.
-Veo que hoy no estás triste-
-¿Quién podría estarlo después de un espectáculo como ese?
Él agradeció el cumplido con una sonrisa
-Aún no me dijiste tu nombre-





  

Olvidé la condena que regía mi destino desde el momento en que Demian y yo nos volvimos inseparables, nos veíamos todas las tardes y el practicaba sus trucos mientras yo le relataba cada cosa insignificante que pensaba, siempre parecía alegrarse por mi compañía, no solo tenía talento con la magia, tenía una rara habilidad que yo no había visto en nadie más; Él sabía escuchar.
Y cuando estábamos juntos, a mí me parecía que el tiempo se detenía por completo, pero luego avanzaba demasiado rápido para obligarme a volver a casa sin buscarme problemas.

A medida que la fecha de mi compromiso fue acercándose, Demian comenzó a ganar fama, al grado de que podía apartar un teatro entero y llenarlo con espectadores ansiosos de ver sus trucos.

Sin embargo, la gente de ese entonces no estaba lista para alguien como él y lentamente comenzaron a sentirse asustados, lo acusaron de nigromante y atribuyeron todas las tragedias de la ciudad a su presencia, yo le pedí que escapara, pero él se negó rotundamente, dijo que su tarea allí estaba casi terminada, porque más allá del miedo y el odio, había traído esperanza e inspiración a algunas personas y esas personas, podrían cambiar el rumbo de sus vidas gracias a ello.

Finalmente, sucedió lo inevitable, Demian hizo un acto de escapismo y todos aseguraron que burló a la misma muerte y el caos se desató entre la ignorancia que regía las mentes de aquella época, sin embargo, las cosas no empeoraron realmente, hasta que mi mago atrajo la atención de quien más temía: Mi propio padre.
Intenté alejarme de Demian pero para entonces, los rumores de nuestro romance se habían extendido tanto como su magia y supe que el castigo sería inevitable.
En medio de mi culpa, volví a pedirle que escapara, o mejor aún que escapáramos juntos, pero ese día, el fingió no escucharme.

-¿Sabes cuál es el principio de la magia?-

No podía dejar de llorar porque sabía que esa era la última vez que nos veríamos, pero él parecía tan tranquilo como siempre y me limité a negar pensando que todo aquello carecía de interés.

-Creer en ella, creer en algo con todo el corazón- Explicó mientras dividía el mazo de naipes que siempre llevaba consigo.

-Y antes, creían que los humanos teníamos dos pares de brazos y piernas, dos cabezas y una misma alma. Todos eran tan felices, que los dioses sintieron envidia y temor porque pudieran superarlos, entonces los partieron justo a la mitad.

En ese momento, partió el mazo y extendió las cartas en abanico mientras las volvía hacía mí como en los trucos que le había visto hacer en repetidas ocasiones. Seleccioné mi carta favorita y él comenzó a revolverla entre el mazo.

-Desde entonces, los seres humanos se volvieron codiciosos y egoístas, porque en el fondo, se sentían incompletos, la mayoría, trataba de llenar ese vacío con cosas absurdas, pero algunos…

Arrojó las cartas hacía arriba y cuando estas descendieron con delicadeza a nuestro alrededor, clavó la larga aguja que utilizaba en otro de sus trucos justo a la mitad de una de las cartas que había caído en la mesa.

-Tenemos la suerte de encontrar a esa otra parte que nos falta, sin embargo, a veces el momento no es el indicado, pero eso no significa que algo pueda separarnos.

Finalmente, desenterró la aguja de la superficie de la mesa y me entregó la carta que ilustraba el as de corazones, con una rotura en el centro a causa de la aguja.

-Puedes hacer lo que sea ¡Tienes que escapar! Usa uno de tus trucos.

Exclamé con el terror invadiendo mi pecho, pero él se limitó a tomarme entre sus brazos.

-No quiero perderte-

Pasó sus dedos por mi mejilla y limpió las lágrimas.

-¿Crees en mí? ¿Crees en nosotros? Créelo con todo tu corazón y recuérdame, olvida todo lo demás, olvida esta pesadilla, olvida este día, pero acuérdate de mí y vuelve a encontrarme cómo yo te encontré.






Mientras estaba entre sus brazos, con sus labios acariciando los míos, deseaba hacer cualquier cosa por detener el tiempo, pero los guardias adelantaron todo, lo apartaron de mí en ese mismo instante y lo condujeron hacía la plaza dónde ataron sus manos y colocaron una soga alrededor de su cuello ante las miradas curiosas y mórbidas de todos aquellos que le temían con aquella vaga fascinación de algo que jamás podrían comprender.
Le rogué a mi padre que los detuviera, le aseguré que haría cualquier cosa, pero no le importó, sonrió mientras el verdugo ajustaba la soga, sentí tanta angustia como si la soga oprimiera mi propia garganta, pero en ese instante, Demian me miró fijamente, contemplé sus ojos y el pareció murmurar algo, algo que no pude escuchar, pero que entendí al instante, casi pude sonreír en medio de la angustia cuando una de las cortinas cayó sobre mí, sentí todo su peso en mi cuerpo y…



  La alarma de mi celular me hace abrir los ojos de golpe, aparto las cobijas con brusquedad y me lamento por no saber nunca cuál es el final del sueño que se repite tantas veces en mi mente, al despertar, no puedo recordar ni la mitad de los eventos, pero sé que se trata de una historia, una historia tan triste que siento cómo mis ojos se llenan de lágrimas cada vez que pienso en un atractivo joven estrechándome entre sus brazos mientras hace aparecer rosas entre la nada.

Sin embargo, sé que me espera un largo día y salgo de mi casa con la misma prisa de siempre, me apresuro a tomar el metro, pero ese día, hay algo distinto, no puedo explicar que es, pero mi humor mejora a medida que recorro las calles que veo todos los días, hasta que algo captura mi atención.
Un pequeño escenario, un mago ambulante que se anuncia a sí mismo como “El gran Damian” siento que el tiempo se detiene y por alguna razón todo mi cuerpo parece temblar mientras me acerco hacia la pequeña multitud que lo rodea.
-Para el siguiente truco- anuncia el joven con una voz que me parece terriblemente familiar -Necesito un voluntario-
En ese momento, nuestras miradas se encuentran y puedo notar que sus ojos son de un azul tan claro que podría pasar por transparente.

-Hola- musita con una sonrisa.
-¿Ya nos conocemos?- de algún modo, la pregunta rutinaria en los trucos de magia, parece tener un significado oculto, pero me limito a negar sin poder ocultar mi sonrisa.

-Por favor elije una carta-

Tomo el naipe aun con dedos temblorosos y puedo notar que él no deja de mirarme mientras revuelve la carta entre el mazo, finalmente, muestra el as de corazones y la pequeña multitud comienza a aplaudir hasta que un hombre interrumpe.

-La carta tiene una marca en el centro ¡Ha hecho trampa!-

El público mira hacía el diminuto agujero que atraviesa el corazón por la mitad y todos se alejan dejando al chico con una expresión de absoluta decepción.

-Lo siento- se excusa -No sabía que la carta estaba rota, ni siquiera sé cómo pasó, he tenido este mazo desde siempre y lo cuido demasiado…

-Creo que atravesaste la carta con una aguja- Digo casi sin pensarlo y luego me siento avergonzada por mis comentarios, él me mira confundido y luego sus ojos se fijan en un punto invisible, en ese momento, me siento completamente ridícula por creer en mis historias y estoy a punto de marcharme, pero él me detiene tomando mi mano entre las suyas.

-Nos conocemos- afirma con total seguridad.

Y no puedo evitar sentir que el tiempo vuelve detenerse, ante el mejor de sus trucos.

  

miércoles, 3 de febrero de 2016

Sinfonía

La primera vez que la vi, olvidé mi existencia durante unos segundos… Todos los mitos y pesadillas fueron reales y creí que estaba mirando a los ojos de un demonio ¡Porque justo así debía sentirse arder en el infierno!

Estoy seguro que no necesito presentaciones; todos saben exactamente quién soy porque todos se han topado al menos con uno de los míos, tal vez en las sombras, o en la televisión o en un sueño, estamos detrás de las estrellas más brillantes y la más pútrida de las basuras. Si, los humanos saben de nuestra existencia aunque no sean conscientes de ello, nos llaman de muchas formas: Suerte, destino, tragedia, milagro, accidente, deseo…

Nos ponen miles de pseudónimos y nos culpan de miles de cosas, no tengo protestas ante ello, porque es verdad que gracias a nosotros el mundo es lo que vemos a través de los cristales.

Pero ¿Cómo es que funciona? Muy simple, nosotros no somos justos ni arrogantes, para nosotros aquello que ustedes consideran bueno o malo, nos es indiferente, ante nuestros ojos no hay blanco ni negro, solo una mezcla de colores y vamos directo al que más nos atraiga, tampoco nos detenemos a pensar si las intenciones son puras o sádicas, a nosotros solo nos interesa una sola cosa: La pasión, porque las almas que arden en la más fiera de las pasiones son las que más disfrutamos.
Así que aparecemos ante aquellos que tienen una pasión por la que darían la vida y les damos la oportunidad de cumplir uno de sus deseos.
Mi existencia, comenzó con el deseo más simple de todos: Felicidad y ¿Qué era felicidad para un ser humano? Estreché la mano de ese hombre y lo colmé de riquezas, amores y salud.
Siempre pensé que los humanos eran demasiado simples, jamás me topé con un solo deseo que traspasara mi imaginación y deseaba en el fondo, que apareciera alguien, alguien cuyo deseo me hiciera estremecer, me hiciera desesperar y al menos ser un poco creativo ante su resolución.

Y mi propio deseo, se encontraba en una humilde y anodina casa; la encontré casi por casualidad y la música que provenía del piano me hizo querer mirar a su interior.

Ella estaba inclinada ante el instrumento, sus ojos profundamente cerrados, los labios entreabiertos ante el éxtasis de la música y sus largos dedos volaban de una tecla a otra produciendo el más melancólico sonido que había escuchado en toda mi vida, no me bastó más que ese instante para estar seguro de que sin importar cual fuera su deseo, yo anhelaba poder cumplirlo.



Y me presenté ante ella, como había hecho cientos, o tal vez miles de veces, ella abrió los ojos y me contempló como hubiera contemplado a cualquier mota de polvo en la oscuridad; al mencionarle lo del deseo, no actuó incrédula ni sorprendida, solo se limitó a asentir, bajó la vista y continuó tocando el piano con la misma tranquilidad de siempre.

-Me temo, que no has comprendido bien- susurré dispuesto a llevar nuestra reunión hacía un punto sin retorno.
-Solo tienes que decirme tu deseo y se cumplirá al instante, lo que sea, cualquier cosa que sueñes, cualquier cosa que hayas imaginado…

-Y ¿Qué tendré que darte a cambio?-
Pregunto serena, sin siquiera despegar las manos del instrumento.
Era la primera vez que un ser humano me cuestionaba, la mayoría se limitaban a pensar que se trataba de un sueño o a colapsar en éxtasis al ver cómo su deseo comenzaba a volverse realidad.

-El pago, depende de tu deseo y de la intensidad de lo que pidas, puedes darme un sueño, o un día de tu vida, o un mechón de tu cabello…
Como si estuviera considerando la oferta, al fin dejó de tocar el piano y se pasó una mano por la larga y sedosa cabellera que llevaba suelta sobre los hombros.

-No, gracias-
Cada centímetro de mi ser se estremeció con aquella respuesta, solía dejar a mis clientes sin habla, pero esta vez, era yo quien apenas podía cerrar la boca a causa de la impresión.

-¡Debe haber algo! Que tal… ¡Riqueza! Puedo darte todo el dinero que desees, puedo hacerte vivir en la más cómoda y ostentosa opulencia que puedas imagi…

-Y eso ¿De qué me serviría?-
Se levantó del pequeño asiento frente al piano y giró sobre si misma con movimientos lentos señalando a su alrededor.

-Esta casa es lo suficientemente grande y cómoda, el dinero nunca me ha hecho falta y tengo aquí todo lo que necesito-
Tuve que parpadear y preguntarme si esto era una especie de sueño o broma de mal gusto, pero ella seguía ahí, con ese semblante pálido y ojos oscuros y apagados; estaba sucediendo, al fin había conocido a un ser humano que no deseara absolutamente nada y por más que me costara admitirlo, allá afuera había miles de idiotas dispuestos a darme una pierna por un poco de buena suerte.

Salí de su casa pero no pude sacarme de la mente la sombra que había visto en sus ojos, tal vez mentía, pero había algo en aquella mirada que me provocaba escalofríos, algo que me obligó a volver durante los siguientes días.

-Puedo ofrecerte juventud eterna-

-Aún soy joven y estoy consciente de que día con día mi vida está marchitándose, pero eso no me interesa, envejeceré, moriré y me convertiré en cenizas igual que todos, la vida comienza y termina y yo no tengo ningún problema en aceptarlo-

-Y ¿Qué hay del amor?

En ese momento, ella dejó escapar una carcajada, pero la sonrisa no fue capaz de llegar hasta sus ojos

-¡El amor! Que invento de depravados, si quisiera enamorarme, entonces desearía que me fracturaras los huesos, con total seguridad eso sería menos doloroso.
Había mucho sarcasmo en su voz y entonces lo noté; aquella joven, que me tenía tan extraordinariamente fascinado cargaba un gran peso en su corazón.

-Tienes el corazón roto- murmuré –Yo puedo arreglarlo, solo deséalo y haré que te sientas tan dichosa y feliz como nadie-
Esta vez, pensé que aceptaría, pero una vez más, se limitó a negar.

-Con total seguridad, alguien volvería a herirme y entonces ese deseo no serviría de nada-

-Si eso es lo que te atormenta, entonces puedo hacerte inmune a todas las penurias del amor-

-Y ¿Tú crees que los corazones solo se rompen por amor?-
Había tanta verdad en sus palabras y tanta melancolía en su música y tanta nada en sus ojos que nuevamente salí corriendo, sintiéndome torpe y anodino.
Yo no tengo un corazón como los humanos y es verdad que no puedo entender lo frágiles o fuertes que se vuelven con cada momento, la sociedad es como una cadena en donde los sueños de uno son la pesadilla de otro y nunca tuve inconvenientes en cooperar a que este sistema mantuviera su curso.

Durante los siguientes días, volví a su hogar al menos para verla durante un instante, siempre frente al piano, siempre con los labios trémulos ante cada bella y triste melodía, siempre con aquella mirada ausente y vacía, parecía una muñeca a la que le hubieran arrancado el alma.
No podía resistir mi curiosidad porque había algo en aquella chica que me atraía de una forma que no puedo explicar, tal vez había algo más fuerte que yo, algo que de verdad recibía el nombre de destino, un destino que condenó al mundo entero desde el momento en que ella decidió tocar una nueva sinfonía.
Volví a acercarme y esta vez no intenté seducirla con ninguna propuesta, simplemente me senté a su lado y la observé tocar aquellas teclas del mismo modo en que una chica hubiera acariciado a su amante.

Hubiera podido ofrecerle fama y talento pero ella no los necesitaba, ella no quería un público de su tristeza, tocar el piano y observar al mundo a través de su ventana era suficiente, suficiente para una mente lista y un corazón enfermo.

Pasó el tiempo y logré acercarme a ella, más de lo que ninguno de los míos había estado de ningún humano, romí esa barrera entre los sueños y la realidad, la realidad que envolvía a todas las ciudades a lo largo de todo el mundo y a través de esa música, a través de aquellos ojos destrozados pude entender los sentimientos, el dolor, la felicidad, la verdadera tragedia.

-Los humanos somos egoístas- había dicho ella –Estúpidos y egoístas, hemos transformado la vida en un cuento de hadas… contado por sado masoquistas idiotas y el mundo entero está lleno de heridas, la desilusión le declara la guerra a los sentimientos y las esperanzas nos dejan en el punto intermedio, sin estar viviendo pero incapaces de morir.
En ese momento, se volvió a mirarme y sus ojos ardían con un fuego que jamás habría visto en ninguna mirada.

-Sí hay algo que deseo…





Esa fue la primera vez que la vi, había estado observándola durante mucho pero esta vez veía a través del manto, a través de su máscara.

-Termina con todo, extínguelo todo y por favor… Déjame tocar una canción de cuna, para que todos los desdichados podamos descansar en paz-

Aquel era su verdadero deseo… Ella no deseaba riquezas ni felicidad, ella solo deseaba la nada.

Y aunque mis dedos ardían por cumplir aquello que ningún otro ser humano me habría pedido en una eternidad, tuve que negarme rotundamente, porque no podía resignarme a observarla morir, ni a ponerle fin a un mundo en el que me había divertido tanto.

Y por un instante, quedó demasiado claro lo que tenía que hacer, yo tenía que poner una sonrisa a su cara y algo de vida a sus ojos, tendía que hacer que ella tocara una nueva sinfonía, aunque tuviera que sacrificar miles de deseos en el proceso.

Y aquella sensación, era más fuerte que lo que ustedes llaman destino.