miércoles, 3 de febrero de 2016

Sinfonía

La primera vez que la vi, olvidé mi existencia durante unos segundos… Todos los mitos y pesadillas fueron reales y creí que estaba mirando a los ojos de un demonio ¡Porque justo así debía sentirse arder en el infierno!

Estoy seguro que no necesito presentaciones; todos saben exactamente quién soy porque todos se han topado al menos con uno de los míos, tal vez en las sombras, o en la televisión o en un sueño, estamos detrás de las estrellas más brillantes y la más pútrida de las basuras. Si, los humanos saben de nuestra existencia aunque no sean conscientes de ello, nos llaman de muchas formas: Suerte, destino, tragedia, milagro, accidente, deseo…

Nos ponen miles de pseudónimos y nos culpan de miles de cosas, no tengo protestas ante ello, porque es verdad que gracias a nosotros el mundo es lo que vemos a través de los cristales.

Pero ¿Cómo es que funciona? Muy simple, nosotros no somos justos ni arrogantes, para nosotros aquello que ustedes consideran bueno o malo, nos es indiferente, ante nuestros ojos no hay blanco ni negro, solo una mezcla de colores y vamos directo al que más nos atraiga, tampoco nos detenemos a pensar si las intenciones son puras o sádicas, a nosotros solo nos interesa una sola cosa: La pasión, porque las almas que arden en la más fiera de las pasiones son las que más disfrutamos.
Así que aparecemos ante aquellos que tienen una pasión por la que darían la vida y les damos la oportunidad de cumplir uno de sus deseos.
Mi existencia, comenzó con el deseo más simple de todos: Felicidad y ¿Qué era felicidad para un ser humano? Estreché la mano de ese hombre y lo colmé de riquezas, amores y salud.
Siempre pensé que los humanos eran demasiado simples, jamás me topé con un solo deseo que traspasara mi imaginación y deseaba en el fondo, que apareciera alguien, alguien cuyo deseo me hiciera estremecer, me hiciera desesperar y al menos ser un poco creativo ante su resolución.

Y mi propio deseo, se encontraba en una humilde y anodina casa; la encontré casi por casualidad y la música que provenía del piano me hizo querer mirar a su interior.

Ella estaba inclinada ante el instrumento, sus ojos profundamente cerrados, los labios entreabiertos ante el éxtasis de la música y sus largos dedos volaban de una tecla a otra produciendo el más melancólico sonido que había escuchado en toda mi vida, no me bastó más que ese instante para estar seguro de que sin importar cual fuera su deseo, yo anhelaba poder cumplirlo.



Y me presenté ante ella, como había hecho cientos, o tal vez miles de veces, ella abrió los ojos y me contempló como hubiera contemplado a cualquier mota de polvo en la oscuridad; al mencionarle lo del deseo, no actuó incrédula ni sorprendida, solo se limitó a asentir, bajó la vista y continuó tocando el piano con la misma tranquilidad de siempre.

-Me temo, que no has comprendido bien- susurré dispuesto a llevar nuestra reunión hacía un punto sin retorno.
-Solo tienes que decirme tu deseo y se cumplirá al instante, lo que sea, cualquier cosa que sueñes, cualquier cosa que hayas imaginado…

-Y ¿Qué tendré que darte a cambio?-
Pregunto serena, sin siquiera despegar las manos del instrumento.
Era la primera vez que un ser humano me cuestionaba, la mayoría se limitaban a pensar que se trataba de un sueño o a colapsar en éxtasis al ver cómo su deseo comenzaba a volverse realidad.

-El pago, depende de tu deseo y de la intensidad de lo que pidas, puedes darme un sueño, o un día de tu vida, o un mechón de tu cabello…
Como si estuviera considerando la oferta, al fin dejó de tocar el piano y se pasó una mano por la larga y sedosa cabellera que llevaba suelta sobre los hombros.

-No, gracias-
Cada centímetro de mi ser se estremeció con aquella respuesta, solía dejar a mis clientes sin habla, pero esta vez, era yo quien apenas podía cerrar la boca a causa de la impresión.

-¡Debe haber algo! Que tal… ¡Riqueza! Puedo darte todo el dinero que desees, puedo hacerte vivir en la más cómoda y ostentosa opulencia que puedas imagi…

-Y eso ¿De qué me serviría?-
Se levantó del pequeño asiento frente al piano y giró sobre si misma con movimientos lentos señalando a su alrededor.

-Esta casa es lo suficientemente grande y cómoda, el dinero nunca me ha hecho falta y tengo aquí todo lo que necesito-
Tuve que parpadear y preguntarme si esto era una especie de sueño o broma de mal gusto, pero ella seguía ahí, con ese semblante pálido y ojos oscuros y apagados; estaba sucediendo, al fin había conocido a un ser humano que no deseara absolutamente nada y por más que me costara admitirlo, allá afuera había miles de idiotas dispuestos a darme una pierna por un poco de buena suerte.

Salí de su casa pero no pude sacarme de la mente la sombra que había visto en sus ojos, tal vez mentía, pero había algo en aquella mirada que me provocaba escalofríos, algo que me obligó a volver durante los siguientes días.

-Puedo ofrecerte juventud eterna-

-Aún soy joven y estoy consciente de que día con día mi vida está marchitándose, pero eso no me interesa, envejeceré, moriré y me convertiré en cenizas igual que todos, la vida comienza y termina y yo no tengo ningún problema en aceptarlo-

-Y ¿Qué hay del amor?

En ese momento, ella dejó escapar una carcajada, pero la sonrisa no fue capaz de llegar hasta sus ojos

-¡El amor! Que invento de depravados, si quisiera enamorarme, entonces desearía que me fracturaras los huesos, con total seguridad eso sería menos doloroso.
Había mucho sarcasmo en su voz y entonces lo noté; aquella joven, que me tenía tan extraordinariamente fascinado cargaba un gran peso en su corazón.

-Tienes el corazón roto- murmuré –Yo puedo arreglarlo, solo deséalo y haré que te sientas tan dichosa y feliz como nadie-
Esta vez, pensé que aceptaría, pero una vez más, se limitó a negar.

-Con total seguridad, alguien volvería a herirme y entonces ese deseo no serviría de nada-

-Si eso es lo que te atormenta, entonces puedo hacerte inmune a todas las penurias del amor-

-Y ¿Tú crees que los corazones solo se rompen por amor?-
Había tanta verdad en sus palabras y tanta melancolía en su música y tanta nada en sus ojos que nuevamente salí corriendo, sintiéndome torpe y anodino.
Yo no tengo un corazón como los humanos y es verdad que no puedo entender lo frágiles o fuertes que se vuelven con cada momento, la sociedad es como una cadena en donde los sueños de uno son la pesadilla de otro y nunca tuve inconvenientes en cooperar a que este sistema mantuviera su curso.

Durante los siguientes días, volví a su hogar al menos para verla durante un instante, siempre frente al piano, siempre con los labios trémulos ante cada bella y triste melodía, siempre con aquella mirada ausente y vacía, parecía una muñeca a la que le hubieran arrancado el alma.
No podía resistir mi curiosidad porque había algo en aquella chica que me atraía de una forma que no puedo explicar, tal vez había algo más fuerte que yo, algo que de verdad recibía el nombre de destino, un destino que condenó al mundo entero desde el momento en que ella decidió tocar una nueva sinfonía.
Volví a acercarme y esta vez no intenté seducirla con ninguna propuesta, simplemente me senté a su lado y la observé tocar aquellas teclas del mismo modo en que una chica hubiera acariciado a su amante.

Hubiera podido ofrecerle fama y talento pero ella no los necesitaba, ella no quería un público de su tristeza, tocar el piano y observar al mundo a través de su ventana era suficiente, suficiente para una mente lista y un corazón enfermo.

Pasó el tiempo y logré acercarme a ella, más de lo que ninguno de los míos había estado de ningún humano, romí esa barrera entre los sueños y la realidad, la realidad que envolvía a todas las ciudades a lo largo de todo el mundo y a través de esa música, a través de aquellos ojos destrozados pude entender los sentimientos, el dolor, la felicidad, la verdadera tragedia.

-Los humanos somos egoístas- había dicho ella –Estúpidos y egoístas, hemos transformado la vida en un cuento de hadas… contado por sado masoquistas idiotas y el mundo entero está lleno de heridas, la desilusión le declara la guerra a los sentimientos y las esperanzas nos dejan en el punto intermedio, sin estar viviendo pero incapaces de morir.
En ese momento, se volvió a mirarme y sus ojos ardían con un fuego que jamás habría visto en ninguna mirada.

-Sí hay algo que deseo…





Esa fue la primera vez que la vi, había estado observándola durante mucho pero esta vez veía a través del manto, a través de su máscara.

-Termina con todo, extínguelo todo y por favor… Déjame tocar una canción de cuna, para que todos los desdichados podamos descansar en paz-

Aquel era su verdadero deseo… Ella no deseaba riquezas ni felicidad, ella solo deseaba la nada.

Y aunque mis dedos ardían por cumplir aquello que ningún otro ser humano me habría pedido en una eternidad, tuve que negarme rotundamente, porque no podía resignarme a observarla morir, ni a ponerle fin a un mundo en el que me había divertido tanto.

Y por un instante, quedó demasiado claro lo que tenía que hacer, yo tenía que poner una sonrisa a su cara y algo de vida a sus ojos, tendía que hacer que ella tocara una nueva sinfonía, aunque tuviera que sacrificar miles de deseos en el proceso.

Y aquella sensación, era más fuerte que lo que ustedes llaman destino. 

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